Entre las 450 hectáreas de viñedo propio con las que contamos en ENATE, la finca de Cregenzán es la encargada de albergar la variedad chardonnay, plantada en el año 1999. De aquí obtendremos la uva para elaborar nuestro ENATE Chardonnay fermentado en barrica, un estandarte de la bodega, por convertirse, además, en el primer vino en contar con una obra de arte para su etiqueta de la mano del artista Antonio Saura. Un viñedo que destaca por su altísima calidad y una idiosincrasia necesaria para elaborar un vino único como este. Te contamos qué hace tan excepcional la parcela de Cregenzán.

La parcela Cregenzán, un viñedo de calidad excepcional

La parcela está situada en la zona central del Somontano, a 480 metros sobre el nivel del mar, en lo alto de la sierra de Barraón. Se encuentra al norte de Barbastro, en la zona de cambio de vertiente del río Vero al barranco del Ariño.

Un terreno en el que abundan cantos rodados autóctonos denominados ‘Glacis’, resultado de calizas y conglomerados de las sierras prepirenaicas, y moldeados por el arroyamiento del agua, muy característico de este entorno natural. Además, el suelo está catalogado como ‘Calcisol Háplico’, por su buen drenaje, material detrítico y aptitudes óptimas para el cultivo de la vid. “Debido a su escasa fertilidad, porcentaje bajo de materia orgánica y bajo potencial productivo, siempre ha sido terreno utilizado para el cultivo de olivo, almendro y vid”, explican desde el Departamento de Viticultura de ENATE.

Aquí el viñedo, con una media de 25 años, se convierte en uno de los chardonnays más antiguos del Somontano. Una parcela que cuenta con una orientación y pendiente norte-sur, por lo que recibe radiación solar a lo largo de todo el día. Además, el alto contenido en caliza hace que la luz que se refleje en el suelo tenga un color suave y blanquecino, regulando así su temperatura para favorecer una maduración lenta de la uva, condiciones necesarias para la obtención de una uva con una maduración completa y de excelente calidad.

Respecto a las prácticas de viticultura, el suelo se trabaja con maquinaria de labranza, pero en este caso no se utilizan cubiertas vegetales por la escasa retención de agua, como sí se hace en otras parcelas. “Se utiliza un sistema de riego por goteo, que busca mantener la planta fotosintéticamente activa hasta la vendimia, para que no madure las uvas por deshidratación, y estas expresen así todo el potencial varietal y del territorio”, argumenta nuestro Departamento de Viticultura. Además, la capacidad de infiltración y la leve pendiente salvan al terreno de la erosión en periodos de lluvia.

Por su parte, los trabajos de poda son realizados por personal especializado, dotado de tijeras eléctricas, y con formación en poda de respeto: “Se intenta alargar la vida del viñedo al máximo, evitando los conos de desecación provenientes de cortes renovadores inoportunos”, explican. Además, esta tarea se completa con una técnica de viticultura ecológica realizando un tratamiento a base de Trichoderma, un hongo beneficioso para evitar las enfermedades de madera, como una práctica de viticultura sostenible.

“La poda en verde o briba es estricta, y busca dejar sólo los pámpanos de las yemas fértiles dejadas en la poda invernal”, argumentan. Esta se completa durante el periodo estival con pases manuales de personal para eliminar brotes de los troncos, realizar pequeños deshojados y, en definitiva, favorecer una planta aireada y sana. Finalmente, la espaldera tiene alambres móviles para recoger la vegetación, aumentando la superficie foliar y protegiendo los pámpanos de los vientos de tormenta, dado que es una zona muy expuesta.

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